El día que decidí irme de mi casa, solamente me llevé a mi hija, siendo aún un bebé de dieciocho meses; me marché con lo puesto y poco más. Allí dejé los muebles, la ropa nuestra, la del hogar y todos los menajes de cocina. No quería nada que me trajera malos recuerdos de la vida que dejaba atrás, y si alguna vez vivía en otra casa, me decía a mí misma que tenían que ser cosas nuevas. Casa nueva, muebles nuevos.
Cuando llegué a casa de mis padres, no tenía donde guardar mi ropa ni la de la niña. Así que me compré un ármario, no muy grande, solo de tres puertas, pero como no tenía muchas cosas era suficiente, además no podía gastar más en uno grande. Con el tiempo el ármario se llenó, incluso casi faltaba sitio.
Hace ahora once años, me dieron las llaves del piso donde vivo, me traje con migo el ármario, se tuvo que desarmar y volver a montar, fueron muchos kilómetros en aquella furgoneta hasta llegar a mi nueva casa.
Al principio fue el único que tuve y lo coloqué en el dormitorio principal. Pero Angel se vino a vivir con migo, se nos hizo pequeño para guardar las cosas de los dos, tuvimos que comprar otro más grande, pero esta vez fué un dormitorio completo. El ármario mío lo cambié de lugar, otra vez a desmontar y en su nueva habitación montar.
Aproximadamente hace dos años, los albañiles nos construyeron una casa en el campo, yo necesitaba un ármario y tomé la decisión de llevar este, y no otro, viajó solamente tres kilómetros, y allí está, lleno, con la ropa de verano que usamos los tres cuando pasamos lo meses calurosos del año.
Hoy 18 de noviembre del 2010, cumple mi viejo ármario su mayoria de edad.
Fdo.- Angora
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